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Rafika Morris: Quería luchar contra las injusticias

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Crecí en el sur de Estados Unidos
durante la época
de la marginación racial.
Los negros y los blancos
no podíamos estar juntos.
Y, además, había letreros
que nos prohibían la entrada
a algunos lugares.
No entendía
por qué no podíamos llevarnos bien.
Cincuenta centavos.
Sí, señor.
Gracias, señor.
Abuela, ¿por qué le llamas “señor”
si solo es un niño?
Cállate.
Y aprende cuál es tu lugar.
Después, cuando volvimos
a la camioneta, le dije:
“Yo nunca agacharé la cabeza”.
Mi abuela sabía
que a mí me gustaba la Biblia,
porque de pequeña siempre la leía.
Pero no la entendía.
Yo le preguntaba a Dios:
“¿Por qué nos ven diferentes?
¿Por qué no podemos vivir juntos?”.
Me enteré de que había un grupo
que hacía justo lo que yo buscaba.
Estaban metidos en política.
Decían:
“¡Luchamos contra las injusticias!”.
Y, cuando escuché la palabra injusticia,
pensé: “Ahí es donde quiero estar.
Quiero formar parte de algo
que haga cambiar a la gente
y pueda unirla”.
Eso era lo que yo quería.
Comenzamos a protestar
por la violencia policial.
Y no éramos los únicos,
mucha gente también lo hacía.
Me gustaban algunas cosas
que hacía el grupo,
pero todos los días
nos daban entrenamiento militar.
Nos enseñaban a usar armas y cosas así.
Y entonces me di cuenta de que aquello
no era lo que yo pensaba.
Vi que lo que estaba haciendo
no iba a cambiar nada,
así que empecé a buscar a Dios otra vez
y a leer la Biblia.
Tenía la versión del rey Jacobo.
La leía, la leía...
pero no entendía nada.
Luego nos fuimos a Jamaica,
y allí vi otra Biblia,
la Traducción del Nuevo Mundo.
Comencé a leerla
y la entendía perfectamente.
No tenía palabras anticuadas.
Pensé: “¡Vaya!
¡Me encantaría tener una como esta!”.
Un día, dos mujeres tocaron a mi puerta.
No sabía que eran testigos de Jehová.
La verdad es que solo me fijé
en la Biblia que llevaban
y les dije: “¿Dónde la consiguieron?”.
Y ellas me dijeron:
“Tranquila, te traeremos una”.
Y me la trajeron.
Pero lo que yo no sabía
es que con aquella Biblia
también venía un curso bíblico.
La primera vez que fui a una asamblea
de los testigos de Jehová,
había como diez mil personas.
Cuando entré y vi tantas caras
y tantas razas diferentes,
fue como si Jehová me dijera:
“Rafika, ¿recuerdas cuando me decías
que querías ver
a las personas de distintas razas
todas juntas y unidas?
Mira, yo no hago diferencias.
Todos se llevan bien, están unidos”.
Y me sentí muy feliz.
¡Por fin había encontrado
la organización
a la que quería pertenecer!
Para mí, todo el mundo es igual.
Puedo ser amiga de cualquier persona
y les predico a todos.
Ahora que sé lo que la Biblia enseña,
tengo una vida plena,
porque tengo claro
que solamente Dios y su gobierno
traerán paz a la Tierra.
Así como Jehová ha unido a su pueblo,
me gustaría que todas las personas
lleguen a estar unidas
y puedan conocer a Jehová
igual que yo.
Jehová contestó mi oración.