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“Para esto he venido al mundo”

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Jesús vino a la Tierra
“para dar testimonio
acerca de la verdad”.
Cuando compareció ante
el gobernador romano
Poncio Pilato para ser juzgado,
dijo con valor lo
que se halla registrado
en Juan 18:37:
“Para esto he venido al mundo,
para dar testimonio acerca
de la verdad.
Todo el que está de parte
de la verdad escucha mi voz”.
El Hijo de Dios dedicó los
tres años y medio
de su ministerio
a enseñarle a la gente
la verdad acerca de Jehová
y lo que Él se propone hacer
en favor de la humanidad.
Quienes estaban
“de parte de la verdad”
reaccionaron bien
y quisieron aprender más.
Pero otros no hicieron caso
a las buenas nuevas,
demostrando así que eran
enemigos de la verdad.
Conforme se acercaba al final
de su ministerio en la Tierra,
Jesús dio
“testimonio acerca de la verdad”
en unos encuentros polémicos
que tuvieron lugar en el templo.
¿Qué aprendemos de aquellos
emocionantes sucesos,
registrados en los capítulos
21 y 22 de Mateo?
Como veremos,
estos dos capítulos destacan
la valentía de Jesús,
su destreza como maestro
y su perseverancia
para dar a conocer la verdad.
Analizar estos relatos
nos ayudará a ver cómo
podemos desplegar
las magníficas
cualidades de Jesús.
Comenzaremos por el capítulo
21 de Mateo.
Los versículos 12 a 14
describen la ocasión
en la que Jesús
echó fuera del templo
a los que estaban vendiendo
y comprando animales
y volcó las mesas de los
que cambiaban dinero.
Esto sucedió el
10 de nisán del año 33.
Al día siguiente,
los sacerdotes principales
cuestionaron abiertamente
el derecho de Jesús a dañarles
el negocio.
¿Cómo reaccionaría Jesús?
Veámoslo leyendo a partir
del versículo 23:
Los sacerdotes principales
y los ancianos
demostraron una gran falta
de respeto
por Jehová, su templo
y su Palabra inspirada
al desafiar a Jesús con las palabras
registradas en el versículo 23:
“¿Con qué autoridad
haces estas cosas?
¿Y quién te dio esta autoridad?”.
Pero Jesús respondió
con valor a esa provocación
haciéndoles una pregunta
que no supieron responder,
pues dejaba en evidencia
que eran unos manipuladores
y unos engañadores.
Antes de que pudieran reaccionar,
Jesús les contó dos parábolas.
Comenzó comparando a aquellos guías
religiosos a un hijo rebelde,
ya que habían hecho la promesa de
llevar a cabo la voluntad de Dios,
pero no la habían cumplido.
Y luego los denunció por no cuidar
de la “viña” de Jehová,
lo cual los hacía culpables
de no haber cultivado fruto,
es decir, fe en el Hijo de Dios.
Las parábolas de Jesús
fueron tan eficaces
que los sacerdotes
principales y los ancianos
acabaron condenándose a sí mismos
sin darse cuenta.
Estaban tan rabiosos que,
si hubieran tenido la oportunidad
de matar a Jesús,
lo habrían hecho;
pero temían la reacción de la gente.
Así que se pusieron de acuerdo
para tenderle una trampa
de forma solapada
y hacerle decir algo por lo que
pudieran acusarlo.
¿Qué haría Jesús ante
este nuevo ataque?
Prestemos atención a la siguiente
porción del audiodrama,
tomada de Mateo 22:15-33:
Los primeros que abordaron a Jesús
fueron algunos
partidarios de Herodes
y discípulos de los fariseos.
Aunque estos dos grupos tenían
ideas políticas y sociales opuestas,
los unía un odio
profundo hacia Jesús.
Aquellos hombres se dirigieron
al Maestro con palabras halagadoras
antes de hacerle esta
pregunta malintencionada:
“¿Es lícito pagar [el impuesto de]
la capitación a César, o no?”.
Si Jesús les hubiera dicho que sí,
muchos de los que estaban presentes
se habrían enfurecido,
ya que habrían pensado
que estaba aprobando
las injusticias que sufrían
a manos de los romanos.
Por otro lado, si les hubiera
dicho que no,
podría haber incitado una revuelta,
con lo que habría sido arrestado
inmediatamente por sedición.
Pero Jesús no cayó en la trampa.
Más bien, les pidió que le
trajeran una moneda
y con ella les dio una respuesta
que los dejó atónitos.
A continuación vinieron
los saduceos.
Con la intención
de desacreditar a Jesús,
le plantearon una
situación que, según ellos,
demostraría que creer en la
resurrección era una tontería.
En respuesta,
Jesús usó una argumentación
aplastante para destacar
puntos de las Escrituras
que los saduceos, al parecer,
nunca antes habían tenido en cuenta.
Ellos afirmaban que
creían en las palabras
de Jehová halladas en Éxodo 3:6:
“Yo soy [...] el Dios de Abrahán,
el Dios de Isaac
y el Dios de Jacob”.
Cuando Jehová las pronunció,
Abrahán, Isaac y Jacob
ya habían muerto.
Aun así,
Jehová dijo “yo soy” su Dios,
no “yo fui” su Dios.
Aquellos patriarcas llevaban
mucho tiempo muertos,
pero el que Jehová hablara de ellos
como si estuvieran vivos
indicaba que su intención
de resucitar
a sus siervos fieles
se realizará sin falta.
Jesús también les explicó a los
saduceos que “en la resurrección,
ni se casan los hombres ni se dan
en matrimonio las mujeres,
sino que son como
los ángeles en el cielo”.
Tal vez Jesús estaba aprovechando
esa oportunidad
para enseñarles
a sus discípulos fieles
algo sobre la resurrección
celestial,
ya que sabía que en el futuro
ellos recibirían esa clase
de resurrección.
¡Qué admirada
se quedó la gente!
Jesús les enseñaba las Escrituras
con mucha autoridad.
Por último,
los fariseos y saduceos
se unieron para
poner de nuevo a prueba
a Jesús y desacreditarlo.
Uno de los escribas,
“versado en la Ley”,
presentó una pregunta
aparentemente sencilla,
pero que iba con doble intención:
“¿Cuál es el mandamiento
más grande de la Ley?”.
Ese era un tema candente
en tiempos de Jesús.
¿Qué respondería el Maestro?
¿Caería en la trampa?
Escuchemos la grabación
de Mateo 22:34-46
y veamos qué podemos aprender
de la respuesta de Jesús.
Vayamos a Mateo 22,
comenzando en el versículo 34:
Citando de la Palabra de Dios,
Jesús extrajo la esencia
de la adoración verdadera:
el amor.
La Ley mosaica tenía más
de seiscientas leyes y normas.
Sin embargo, Jesús eligió
—sin dudar ni un momento—
los dos mandamientos en los que
se basaba toda la Ley.
Su respuesta demostró
que los debates
y tradiciones de la gente
no tenían ningún sentido.
Entonces, Jesús empezó
a interrogarlos a ellos:
“Si el Cristo debe ser
un ‘hijo de David’,
¿por qué David lo llama
‘mi Señor’ en los Salmos?”.
Aquella pregunta
no era un mero acertijo.
Jesús la hizo para
dejar al descubierto
la ignorancia espiritual
de sus enemigos.
Y efectivamente, estaban ciegos
en sentido espiritual,
así que nunca más se atrevieron
a hacerle preguntas.
¿Y en nuestro caso?
¿Qué nos ayudará a dar testimonio
de la verdad como lo hizo Jesús?
En primer lugar,
ser valientes, al igual que él.
Su valentía se basaba
en la fe en Dios.
¿Cómo podemos obtener más fe?
1) Orando para que Jehová
nos dé su espíritu,
2) meditando en relatos
bíblicos que destacan
el valor que demostraron
los siervos de Dios
y 3) dejando que lo que
aprendemos en las reuniones
eche raíces en nuestro corazón.
Así conseguiremos una fe fuerte
basada en la verdad.
Algo más que nos ayudará
a dar testimonio
de la verdad como lo hizo Jesús
es copiar su excelente
manera de enseñar.
Llegaremos al corazón
de las personas sinceras si,
como él, hacemos preguntas,
ponemos ejemplos e ilustraciones,
usamos buenos argumentos
y empleamos la Palabra
de Dios de manera hábil.
Por último, estaremos siguiendo
los pasos de Jesús
si somos diligentes
al dar testimonio.
Sigamos predicando
y enseñando las buenas noticias
de la Biblia sin rendirnos.
Quienes no aceptan la verdad ahora
tal vez lo hagan más adelante.
El relato inspirado de
Hechos de los Apóstoles
deja constancia de que,
con el tiempo, miles de judíos
—entre ellos algunos
que habían sido fariseos
y “una gran muchedumbre
de sacerdotes”—
empezaron a prestar atención al
mensaje que había predicado Jesús.
Aquellas personas
adquirieron conocimiento,
se arrepintieron
y ganaron la aprobación
de Jehová.
Así que, queridos hermanos,
sea que enfrentemos ataques
directos o indirectos,
resolvámonos a dar
testimonio de la verdad,
como lo hizo Jesús.