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Aguantemos a pesar de nuestras imperfecciones, los problemas de salud crónicos y la persecución

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Conocí a Jehová desde niño.
Y desde niño he tenido que luchar
para mantener una buena conducta
delante de Jehová.
No es fácil para mí
mantener la calma y la tranquilidad.
Una situación
que me pasó al llegar al país:
un hermano no me trató
con tanta amabilidad
ni me recibió
con mucha hospitalidad.
Eso me hizo sentir rencor
hacia el hermano.
Finalmente, un día que él me habló,
yo no le contesté de manera amable.
Mi esposa me tuvo que ayudar.
Me dijo: “Mira, es que el hermano
es imperfecto, igual que tú.
Y no está bien
que sientas eso por él”.
En ese momento me sentí muy mal.
Muy mal con Jehová.
La disciplina
nunca es motivo de gozo,
especialmente cuando
a uno lo tienen que rectificar
por algo que no hizo bien.
Cuando recibo una carta
corrigiéndome desde la sucursal,
quizás en el momento
no me siento muy cómodo.
Pero me pongo a pensar
en que comportarme
de acuerdo con la sabiduría de Jehová
me va a traer bendiciones.
Me ayudó, por supuesto,
la oración a Jehová,
seguir los principios bíblicos
y confiar
en que él va a dar la dirección.
Es como dice el Salmo ¿verdad?,
que Jehová reconoce
“que somos polvo”.
He sentido
como si Jehová me dijera: “Hijo,
pues, te equivocas muy seguido.
Pero te quiero.
Sé que puedes servirme.
Sé que puedes salir adelante”.
No es imposible,
porque Jehová ha ayudado
a todos sus siervos. ¡Todos!
Desde Abel hasta nuestra fecha,
hasta nuestros tiempos,
todos los que le hemos servido
somos personas imperfectas.
Estaba haciendo un trabajo
de electricidad
y entonces me electrocuté.
El doctor, cuando me vio...,
decidió que era necesario
amputar mis manos en el momento.
Pues, ¡me faltaban mis manos!
¿Cómo iba a hacer muchas cosas?
¿Cómo iba a trabajar?
¿Cómo iba a mantener a mis hijos,
a mi esposa?
Pero lo primero que les pedí
fue que me prestaran una Biblia
para ver si la iba a poder hojear,
y sí pude.
Y me puse bien contento.
Ahora incluso puedo hacer trabajos
para mantener a mi familia.
Hago trabajos de pintura,
soldadura, carpintería...
hasta puedo manejar
para poder trasladarme
para trabajar.
He podido seguir
con mis metas espirituales
en mi servicio a Jehová,
como ser anciano en la congregación
y, sobre todo,
seguir ayudando a mi familia
a crecer en sentido espiritual.
Y lo cierto es que mantenerme ocupado
en asuntos espirituales
hace que no piense en mí
ni en mi discapacidad.
A veces, hasta se me olvida
que soy discapacitado.
Jehová Dios siempre me ha sostenido.
Desde el mismo principio
del accidente
he visto cómo Jehová Dios,
mediante mi familia
—mi esposa y mis hijos—
y los hermanos de la congregación,
me ha ayudado a salir adelante.
En una ocasión,
después de concluir un discurso,
se me acercó una niñita
y me entregó una cartita
donde me dibujó.
Me dio las gracias
y me fortaleció
porque me mencionó que muy pronto
Jehová me daría las manos
nuevamente en el Paraíso.
Cosas como esas
—poder tomarle la mano
a mi esposa, a mis hijos,
y cargarlos y jugar con ellos—
son algo que anhelo y que sé,
y estoy bien seguro,
que Jehová me va a permitir.
Me arrestaron y sentenciaron
a dos años y medio de cárcel
por no hacer el servicio militar.
El ambiente allí era agobiante
y extraño para mí.
No conocía a nadie,
ni sabía qué esperar de ellos.
Era el único testigo de Jehová.
Le oraba a Jehová constantemente
pidiéndole fuerzas
para resolver cualquier problema
de manera pacífica
y soportar cualquier dificultad.
En esa situación, solo la oración
y la Palabra de Dios
me servían de consuelo.
Pero entonces me quitaron la Biblia,
aunque me la devolvieron
un tiempo después.
Me permitieron tener publicaciones
con una condición: que no predicara.
Claro, tenía prohibido predicar,
pero eso no significaba
que tenía prohibido hablar ¿verdad?
Estaba decidido a permanecer leal
pasara lo que pasara.
Mi buena conducta
tuvo un efecto positivo
en otros prisioneros.
Algunos comenzaron a leer la Biblia
hasta el punto de que, muchas veces,
ni siquiera yo tenía la oportunidad
de leerla.
Me mantenía limpio
y no usaba lenguaje vulgar.
Los oficiales de la prisión lo notaron.
Un día, me dijeron:
“Como eres limpio
en sentido moral y físico,
queremos que seas nuestro jefe
de cocina”.
Así llegué a ser el chef.
Siempre veía pruebas
de la ayuda de Jehová.
Al final,
disfruté mucho del ministerio.
Hubo meses en que le dediqué
ciento veinte horas.
Entregué más de cien publicaciones.
Gracias a Jehová,
pude permanecer
en el ministerio de tiempo completo
todo el tiempo
que estuve en prisión.
Eso me hizo muy feliz.
Me fortalecieron
las palabras de 1 Pedro 5:9
que muestran que por todo el mundo
los hermanos enfrentan dificultades
como las que yo enfrentaba.
Estoy convencido de que Jehová
nunca nos abandonará,
sin importar
las circunstancias que tengamos
ni las personas que nos rodeen.
Por fin llegó el día de mi liberación.
Le di una gran sorpresa a mi madre,
pues no se lo había dicho.
Nunca olvidaré
el momento de nuestro reencuentro.